Los recuerdos de mi infancia son tan gratos y tan vívidos que, si cierro los ojos, aún me recuerdo en esos días de mi vida y hasta puedo sentir los olores de ese entonces.Yo pasaba mis días en la casa de mis abuelos ya que mi abuelo era el jefe de la compañía eléctrica y viajaba por el país toda la semana. Como mi abuela estaba sola, estábamos siempre juntas en su casa y yo me lo pasaba en grande ayudándole a hacer conservas para el invierno, aprendiendo a amasar pasta (cosa que he continuado haciendo desde entonces), preparando la mesa con florecitas en un pequeño jarrón, lavando los platos, aprendiendo a usar los cubiertos, transportando la vajilla de cristal a la mesa, entre tantas otras cosas que adoraba hacer con ella.
Mis abuelos tenían una casa grande con un pequeño y bonito jardín delantero repleto de rosales, cuyas pequeñas rosas mi abuela llamaba “rococo”, plenas de un penetrante y dulce aroma y con un intenso color rosa pálido que las hacia aún mas bonitas. Cada lunes por la mañana íbamos a cortar las rositas al jardín y preparábamos unos ramitos pequeños de los más monos que ella me daba especialmente para regalarle a mis maestras de la escuela infantil. Ellas esperaban los ramitos cada semana con muchísima emoción y se los llevaban a sus casas. A final de curso, junto con mi carpeta de trabajos, todas las maestras me entregaban una pequeña nota de agradecimiento a mi abuela por sus preciosas “rositas rococo”. Una de ellas puso una vez: “gracias eternas por las bellísimas flores del jardín de la abuelita”. Mi abuela, muy orgullosa, colgó la nota en el salón para que todo el mundo pudiera leerla.
Han pasado unas cuantas décadas desde entonces, pero la emoción con la que vibra mi corazón cuando lo cuento creo que es similar a la que sintió mi abuelita el día que le di esa nota. Y, cuando pienso en esos días y en todo lo que ella me enseñó, me siento tan afortunada de haber tenido el privilegio de tener una abuela que me dio tantas cosas, que hoy sé gracias a ella y, sin siquiera ella saberlo, me enseñó la Gracia y Cortesía Montessori.
Montessori define la Gracia como la economía y eficiencia del movimiento, transformando los movimientos torpes en precisos y armoniosos, para que el niño sea capaz de moverse con soltura y seguridad allí donde vaya. La Cortesía se refiere al uso eficiente de nuestra energía respetando y amando a los demás, como dijo Maria Montessori, “con una sonrisa en nuestra cara y también en nuestro corazón”. Estas lecciones de Gracia y Cortesía son la base del desenvolvimiento social.
Algunas presentaciones de Gracia son colocar cubiertos en el orden adecuado para comer, doblar las servilletas, servir agua sin derramar, transportar una silla sin golpearla, preparar un ramo de flores para la mesa, y más. Las presentaciones de Cortesía serían comer sin hacer ruido y con la boca cerrada, servirle el agua a los demás antes que a uno mismo, esperar a que todos estén en la mesa para empezar a comer… En definitiva, esta Gracia y Cortesía sirve para que los niños interioricen buenos modales para así demostrar amor y respeto hacia los demás, y, como siempre dijo mi mamá, los buenos modales son un bien agregado que no cuesta nada pero que sirve de mucho.